El bosque finlandés de Rascafría

A lo tonto, el dichoso COVID ya nos ha robado un año de nuestras vidas. En varias ocasiones parecía que veíamos la luz al final de túnel y sólo ha sido una ilusión pero bueno…¡seguro que saldremos!

Durante este tiempo, he aprendido a ser positiva y buscar el bien en todo. ¿Qué por qué? Pues porque la otra opción es muy dolorosa, me bloquea y paraliza y eso, como viajera, no me lo puedo permitir. Así que mis ojos se fueron adaptando a la oscuridad de este túnel y ahora, si estoy atenta, puedo ver algún agujero de gusano por el que huir de esta realidad tan terrible y encontrar valiosos momentos de felicidad.

A través de uno de estos agujeros que conectan dos lugares distantes en el Universo es como descubrí que Rascafría y Finlandia están conectadas ¿Quieres conocer dónde?

Rascafría se encuentra en la Sierra de Guadarrama de Madrid y es perfecta para realizar una escapada a la naturaleza lejos del bullicio de la capital. Aun así, hay que madrugar un poco si quieres encontrar aparcamiento pues desde aquí salen varias rutas de senderismo y, por el COVID, hay varios parking cerrados complicando encontrar aparcamiento.

Venir de tanta oscuridad y encontrar un día tan soleado, tan cálido a pesar de ser invierno y sentirme tan acompañada aunque apenas haya gente me hace darme cuenta de lo afortunada que soy y lo que me ayuda disfrutar de estos momentos de respiro que se pueden organizar en tiempos de pandemia.

Paseamos siguiendo el curso del río Lozoya que, alegre por vernos, intentaba llamar una y otra vez nuestra atención. Llegamos al puente del Perdón donde paré unos minutos a buscar mi propia explicación a su nombre. Viendo el paisaje tan idílico con el Monasterio del Paular y las montañas de fondo y que hasta las ovejas negras de muchas familias lo han elegido como hogar, comprendí que desde aquí, es más fácil perdonar y hacer las paces con la vida a pesar de la jugarreta que nos está haciendo… 

Una vez atravesado el puente, a la izquierda encontramos una verja con una puerta abierta que nos invitaba a seguir un camino solitario así que decidimos adentrarnos en él sin saber que íbamos a encontrar el agujero de gusano del que os hablé al principio. No habíamos andado ni 10 minutos cuando vi de nuevo a la izquierda un pequeño sendero con una piedra en medio que me recordó a las que salen en la serie de Outlander. ¡Tuvo que ser ahí! De repente, todo adquirió una belleza escandinava. Nos envolvía un bosque de chopos, abedules y acebos típicos del norte de Europa. Supe que estábamos en Finlandia cuando nos topamos con un pequeño lago con embarcadero y cabaña con sauna incluidos.

Me senté en el bucólico embarcadero para escuchar al silencio mientras intentaba absorber toda la energía que nos regalaba el maravilloso paisaje. Los niños también disfrutaron un montón jugando a tirar piedras y palos al agua casi helada. 

Recorrimos sin prisa el camino circular que bordea el lago inmortalizando las distintas poses que nos iba regalando este coqueto bosque finlandés al que prometimos volver a visitar en otras épocas del año.

Y después de esta experiencia tan bonita pusimos el broche de oro comiendo en el restaurante La Cazuela de Rascafría. ¡Qué rico estuvo todo! La carne en el horno de leña todavía la saboreamos, por no hablar de los entrantes y de los postres caseros. Es uno de esos lugares en los que te hacen sentir a gusto, entre amigos, con un trato impecable pero muy familiar y cumpliendo todas las medidas de higiene y sanitarias. ¡ Estoy segura de que os va a encantar!

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