Siempre he considerado que viajar nos da mucho más de lo que nos quita. Pero todo depende de lo que nos impliquemos en ese viaje, de lo que estemos dispuestos a dejarnos llevar por las emociones que nos brinde, de las enseñanzas que nos ofrezca.
En mi caso, la noche anterior a cada viaje suelo dormir fatal. Quizá son los nervios de los preparativos, de que no se olvide nada importante. Pero hay un hormigueo inexplicable, ajeno a temas materiales, agridulce, porque sé que cuando vuelva no seré la misma. La esperanza es que mi nueva versión sea mejor: más culta, más agradecida con la vida, con más respuestas a mis “porqués” y a mis “ahora qué?”.
Os cuento todo esto para que veáis el impacto tan poderoso que tiene salir de nuestro día a día, de nuestra zona de confort, siempre que seamos conscientes de que esa escapada puede convertirse en una herramienta de crecimiento personal, en un bálsamo sanador de heridas, siempre que previamente hayamos dedicado tiempo a escuchar lo que necesita nuestro yo interior para ser un poquito más feliz.
Si os soy sincera, ya hace tiempo que conocía su existencia. Había visto algunas fotos pero no me había llamado la atención hasta ahora pues no entendía la relación de Cuenca con las imágenes que había visto. Sin embargo, ahora he sentido la necesidad de visitarlo. Y ya sé por qué.
Es un remanso de paz para interiores revueltos como el mío.
Os podría decir el nombre de las 18 imágenes esculpidas en la típica piedra caliza de la Alcarria conquense que te observarán a lo largo de un sendero de 1’5 km. aproximadamente. Os podría animar a visitarlo como un plan familiar perfecto cerca de Madrid, Guadalajara y Cuenca combinado con un chapuzón en el pantano de Buendía. Os podría informar de que es gratuito y que tiene mesas para hacer un picnic a la sombra de los pinos. Os podría contar la historia de sus creadores, de los años que tardaron en terminar este museo al aire libre y de la simbología que hay detrás de cada escultura.
Pero eso ya lo ha hecho mucha gente. Y seguramente mucho mejor de lo que podría hacerlo yo. Por eso prefiero hablaros de un camino de sensaciones, de sentimientos, de creencias humanas y divinas en las que nos apoyamos para superar las piedras que surgen a nuestro paso. Observadlas bien, dejad que calen en vuestro interior, tomaos tiempo en aquéllas que os resuenen por dentro.
Un lugar para la reflexión, para la meditación, para encontrar la calma, para acercarnos a culturas tan lejanas como la griega o la india. Un lugar donde lo humano se mezcla con lo divino, con lo misterioso, con lo mágico y lo enigmático, con cualquier disciplina a la que aferrarnos en tiempos difíciles. Os encontrareis con figuras como la del Chamán que dicen que es capaz de reflejar el estado de ánimo de la persona que lo observa. O con la de la muerte, que es la única que no mira al agua, fuente de vida.
Me encantaría que compartieseis vuestras impresiones conmigo y conocer por qué camino os decantasteis: aquél que llena de likes vuestras redes sociales o el que conecta directamente con vuestro corazón.
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La Ruta de las Caras
O el misterioso sendero que te observa a tu paso